Antes ofrecía almuerzos; su local estaba ubicado frente al Seguro
Social, tenía una gran acogida, pero el paso del tiempo ha hecho que se enferme
de diabetes, lo que le impide poder atender como antes.
He trabajado duro, lavando, limpiando casas, me dedicaba a cocinar
para eventos y reuniones, había días que las instituciones hacían paseos y me iban
llevando, allí llevaba todas las cosas para cocinar para decenas de personas.
Los días lunes son los más
agitados porque es bueno comenzar la
semana vendiendo el caldo de mocho, me levanto a las 5 de la mañana para lavar
toda la menudencia y empezar a preparar tempranito, porque tengo que entregar
de 15 a 20 platos al bus que va a la llantera con trabajadores.
De martes a domingo abro mi local aquí en las cinco esquinas desde
las 8:00 de la mañana para empezar a preparar las tortillas, aunque el día
anterior ya dejo todo listo y cierro a las 18:00.
Nunca me sobra nada, las personas a veces hacen fila esperando que
estén las tortillas, algunas llevan
bastantes para mandar a Estados Unidos, otras vienen hacer los pedidos
en la mañana de chumales o tortillas para que les entregue a
las 17:00, a veces aún no tengo ni el choclo
comprado.
Ofrezco café con humas y tortillas, pero hay días que ni siquiera
puedo preparar el café, porque las personas están esperando que le entregue los
chumales, tortillas y no alcanzo a hacer nada. Cada tamal cuesta 0,50 centavos,
las humitas son 0,40 centavos, las tortillas tres en un dólar, y el caldo de
mocho cuesta 2,50 dólares.
Mis clientes dando gracias a
Dios me persiguen a donde vaya, son como mis hijos a donde me traslade me buscan
para comprar. Hay días que las personas vienen a preguntar pasada las cinco de
la tarde si tengo preparado algo, pero ya se me ha acabado todo, a veces se
enojan porque he vendido todo, y yo solo les digo que vengan mañana más pronto.
Hay lugares donde venden más baratos, y la gente a veces me reclama porque
yo subo de precio, pero yo les digo que yo preparo bien, con mi experiencia.
Aparte de que los granos y otros productos han subido de valor, y no puedo
mantenerme con los antiguos precios.
Gracias a este trabajo he
mantenido mi familia, porque mi esposo murió hace muchos años, yo les he dado
educación y un buen hogar, tengo cuatro hijos, Juan, Wilson, Hernán y Cristian.
Dos de ellos ahora trabajan y viven en La Troncal, si bien no quieren que siga
en este negocio y me dicen que va a dar un patatús, yo no pienso dejarlo porque
me gusta, me entretengo y converso con la gente.
Ahora la venta es poca solo para mis clientes fijos, pero este trabajo
me ayuda para distraerme, hacer actividad física y no pasar sola.
Soy
una mujer trabajadora y aunque me gane la lotería lo seguiré siendo, eso es lo que
les digo a todos. (XGS)
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